jueves, 2 de noviembre de 2023

 

El Azote de la Sombra

Había una vez un rincón olvidado en una ciudad de la costa, un barrio marginal donde las sombras se alargaban y los sueños se desvanecían. En ese lugar nació Joaquín, al que en un futuro no lejano lo llamarían “HIGADO”, el primer hijo de una familia pobre. Su madre luchaba por alimentar a sus cinco hijos, mientras su padre los abandonó sin mirar atrás.

Desde temprana edad, Hígado aprendió a sobrevivir en las calles. Robaba pan para sus hermanos, esquivaba a los matones y se escondía en las sombras. Pero la pobreza no era su única enemiga; la ira ardía en su corazón como un fuego inextinguible.

Con el tiempo, Hígado se convirtió en un ratero astuto. Robaba carteras, joyas y cualquier cosa que pudiera vender. Pero eso no era suficiente. Quería más poder, más dinero. Se adentró en el mundo del crimen organizado y se convirtió en un delincuente contumaz.

Su fama creció como una plaga. Los poderosos lo temían; los débiles se sentían protegidos, pues él, a temprana edad ayudaba a los que lo necesitaban. Hígado era el azote de la sociedad corrupta, se declaró enemigo de las principales autoridades de la ciudad y de algún abogado que un día fue su amigo y cómplice, se convirtió en un fantasma que acechaba en las sombras y dejaba tras de sí un rastro de sangre y desesperación.

Pero incluso los más oscuros tienen debilidades. Hígado amaba a su hermana menor, Elena con todo su corazón, a su madre, lloraba en su pecho por el destino que eligió, y protegía a sus hermanos inculcándoles obediencia y respeto. Elena, su hermana, era su única luz en medio de la oscuridad. Cuando Elena enfermó, Hígado hizo un trato con el diablo: protegería a los poderosos a cambio de medicinas para su hermana.

La traición estaba tejida en su destino. Los enemigos que había hecho no eran hombres comunes; eran monstruos disfrazados de humanos. Uno a uno, cayeron ante él, pero siempre había otro esperándolo en las sombras.

La emboscada llegó una noche lluviosa. Hígado estaba solo en su escondite cuando escucho ruidos cercanos, estaba solo, sus compañeros estaban "trabajando" atisbo por la ventana y descubrió a varios sujetos, al menos nueve que se apresaban a atacar con armas sofisticadas, detrás de ellos en dos camionetas estaba el abogado y el político que querían cobrar venganza. No le dieron tiempo unos por la parte trasera, otros por la puerta de adelante ingresaron al escondite, las balas silbaron a su alrededor. Sus enemigos habían tramado su muerte con precisión mortal. Herido y sin escapatoria, Hígado luchó como un animal acorralado.

La sangre manchó el pavimento mientras caía al suelo. Sus ojos encontraron la foto de su hermana Elena que llevaba consigo; ella era su razón para seguir adelante, ya presintió que su fin estaba cerca, la bala asesina había herido de muerte su joven corazón.

La lluvia lavó la sangre de sus manos mientras cerraba los ojos. Su crimen había sido terrible, a sus 17 años tendido cuan largo era, quedo en el pavimento herido de muerte.

La noticia corrió como reguero de pólvora por la ciudad y la región toda. Los que lo temían se alegraron, felicitaron al político y al abogado por terminar con esta plaga. Aquellas personas pobres que recibieron su apoyo lloraron largamente, los miembros de su banda y la gente dedicada a la delincuencia, organizaron el sepelio de Hígado, cientos de motocicletas encabezaron el cortejo, miles de personas acompañaron el féretro, y una Bandera del país cubría la caja mortuoria en su viaje a la eternidad.

 Terminó la historia del azote de la sociedad, un hombre atrapado entre las sombras y la luz, entre el odio y el amor. Su nombre se perdió en el viento, pero su leyenda perdura como una advertencia: incluso los monstruos tienen corazón.

 

Julio H. Ochoa V.



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