jueves, 2 de noviembre de 2023

 



Don Jacinto

Fue a la ciudad, llevaba en su hombro una alforja. - una bolsa de yute que utilizan los campesinos ecuatorianos para llevar cosas.-. Recorrió el mercado, llegó hasta una tienda mayorista, habló con uno de los empleados y le entregó una hoja, dijo despácheme esto que yo la recojo en tres horas.

Recorrió varias calles del centro de la ciudad. En la esquina del parque, se acercó al triciclo de los raspados, pidió uno de fresa, metió la mano al bolsillo y pago con un billete de cinco, recibió el vuelto y siguió su camión.

Tenia en mente muchas cosas que hacer, miró hacia atrás, tres individuos de mala cara le seguían cerca, si él se paraba, ellos también, se daba la vuelta, ellos hacían lo mismo, los miró, se dio la vuelta y rápido siguió caminando.

Fue hasta una casa automotriz, así mismo le dejó un papel al dependiente, - quiero que me despache estos repuestos, téngalos listo que en tres horas paso por el pedido, abrió su alforja y sacó varios fajos de billetes de alta denominación, pago el importe y salió.

A media cuadra encontró a alguien, se acercó y le saludó. Que tal Isidoro, como va mi comadre Aurorita, dígale que le envió muchos saludos, estoy por la ciudad, pero ahora no puedo visitarlas, entréguele este presente a mi ahijada.

Gracias don Felipe, usted siempre atento, así lo h are, salude a todos en su casa, especialmente a mi comadre Josefina.

Los tres individuos seguían atrás de él, se viro y por encima del hombro los vio, aceleró el paso y siguió caminando.

Pasaba frente a una distribuidora de carros, ingresó en ella, el guardia le quedo mirando, vestía unas chanclas bastante viejas, el pantalón, un jean raído, tenía muchas manchas, eran de los productos que se siembran en el campo, en vez de bolsillos tenía unas tapas que de tan viejas colgaban de aquellos. Llevaba una camisa que alguna vez fue blanca, toda manchada con liquido de guineo, mangas cortas, en la espalda había cambiado de color, ahora era medio amarilla, los botones de la parte superior se habían desprendido, por lo que le quedaba descubierto gran parte del pecho.

En su cuello, un pañuelo de colores que ondeaba a cada paso que daba, los colores chillones llamaban más la atención de los presentes. En la cabeza un sombrero de bijao, alguna vez tubo forma, ahora tenía varios colores, en alguna parte excremento de algún pájaro, a veces era de color amarillento, otro café, por ahí negro, y en el cinto un lindo machete Collins, relumbrante de lo afilado que estaba, el mango estaba recubierto de piola y estaba negro de tanto sudor que había absorbido por el duro trabajo del campo.

Más de alguno de los clientes presentes lo saludaban y se apartaban, algunos se agruparon y cuchichearon algo que no se les entendía, pues hablaban muy bajito.

Directamente fue donde estaba el vendedor estrella.

Joven me puede indicar, estoy buscando un carrito para sacar mis productos de la finca.

Si claro, le dijo el interfecto, pero vuelva mañana pues estoy muy ocupado ahora, le dio la espalda y continúo conversando con otra persona.

El campesino se apartó y se quedó quietito esperando que se desocupara el vendedor.

Señor, ya se desocupó, le dijo el campesino.

No, estoy cerrando la venta de un automóvil, vuelva luego, le dijo.

El campesino volvió a su lugar y se puso a escuchar al vendedor que discutía con el otro señor.

No señor, no le puedo devolver su dinero de entrada, si cambio de opinión pierde la seña y listo.

El otro comprador le decía, pero ustedes salieron de su palabra, me ofrecieron bellezas y ahora no quieren cumplir, me ofrecieron entregar la camioneta la semana pasada y todavía no está lista, ya no quiero su carro.

Señor, le digo que usted pierde su dinero no le devolvemos nada, haga lo que se le antoje.

¿Ya se desocupó?, le volvió a preguntar el campesino.

A ver que se le ofrece a Ud., le dije que estoy ocupado.

Quiero que me explique sobre el camión que tienen ustedes, me han dicho que es a Diesel, que carga 12 toneladas, que tiene turbo. Las 12 llantas ¿Qué aro tienen? Pero que otras cosas tiene.

Vea, vea señorcito, este tiene un motor, tiene palanca de cambio y tuercas y arandelas, Le digo que deje de molestar que estamos ocupados, vaya con sus preguntas a otro lado.

Pero…pero…

Déjenos en paz que ya se me cayó la venta de la camioneta y usted viene a molestar, ¡vaya a verlo! encima.

Bueno, jefe, me voy, dígale al gerente que la flota de camiones que hice el pedido por teléfono, ya no lo quiero, solo quería especificaciones, pero…

¡Vaya y todavía presuntuoso!, que quería una flota de camiones, pero si se le ve que no tiene para comer…¡y venir a decirme que quiere una flota! Para lo que esta uno.

Los demás clientes expresaron su inconformidad por el trato al campesino. Uno de ellos dijo. - No saben con quién están tratando.

A ver, vendedor estrella. -había salido el gerente. - ya le atendió al cliente, por favor trátele de la mejor manera que a pesar de las fachas, es el dueño de la más grande de las haciendas de la provincia y ya me pidió una flota de camiones, los más caros, y nunca me pidió una rebaja.

El vendedor no sabia si estaba soñando o tenia una pesadilla. Se llevó las manos a la boca y ahogo un grito de impotencia.

El campesino salió de la agencia, detrás de él el vendedor señor, señor disculpe….

Los tres señores que le seguían a Don Jacinto se interpusieron al paso del vendedor. El campesino les dijo, déjenlo pasar que ya le atiendo.

Hola joven, espéreme un ratito que termino de hablar por teléfono no más…Si, si señorita, dígale al gerente que acabo de ordenar a mi contador que le haga la transferencia, si claro es el importe de una docena de camiones…Yo llego para llevarme uno, pues tengo que transportar unas mercaderías que compre. Si, hasta luego.

Dígame joven, en que puedo servirle. Ah, usted es el joven que me atendió en la distribuidora, ¿en qué puedo servirle?

Vendedor. - Quiero pedirle disculpas, no lo atendí bien, estaba ofuscado. El Gerente me dice que su flota esta lista que ¿Dónde la van a dejar? La empresa corre con el costo de los conductores, solo dígame la dirección y los tendrá de inmediato.

Discúlpeme joven, pero ya a esta hora la otra agencia me los está enviando. Quizás en otra oportunidad tenga tiempo para atenderme.

 

 




JAUNECHE

 

Había una vez un joven llamado Jauneche que nació en un cantón de la costa ecuatoriana. Su madre era una campesina que no tuvo la oportunidad de recibir educación y su padre era su primo, Jauneche nació con una discapacidad mental y creció con su madre, quien se arrimaba a cualquier portal para sobrevivir.

Desde muy temprana edad, Jauneche se dio cuenta de que era diferente a los demás niños. No podía hablar bien y le costaba entender lo que le decían. A medida que crecía, su discapacidad se hizo más evidente y los niños del pueblo comenzaron a burlarse de él. Lo llamaban “el tonto” y se reían de él cada vez que lo veían.

Jauneche no tenía amigos y pasaba la mayor parte del tiempo solo. Su madre lo cuidaba lo mejor que podía, pero no sabía cómo ayudarlo. A medida que Jauneche crecía, comenzó a engordar y a comer en el suelo con las manos, como cualquier animal. Su madre no podía permitirse comprarle comida todos los días, así que Jauneche tenía que buscar comida en la basura o pedirle a la gente del pueblo que le diera algo para comer.

A más de su incapacidad intelectiva, padecía de epilepsia, constantemente caía en la calle con ataques epilépticos, debía tomar epamín todos los días, pero no contaba con dinero para comprar la medicina.

A pesar de sus dificultades, Jauneche era un joven amable y cariñoso. Siempre trataba de ayudar a los demás y nunca hacía daño a nadie. Pero los niños del pueblo no lo veían así. Para ellos, Jauneche era un objeto de burla y lo trataban como si fuera menos que un ser humano.

Un día, mientras buscaba comida en la basura, Jauneche conoció a un hombre llamado Pedro. Pedro era malvado se dedicaba a hacer cosas ilegales. Le gustaba engañar a la gente y robarles el dinero. Cuando vio a Jauneche, supo que podía usarlo para sus propios fines.

Pedro comenzó a pasar tiempo con Jauneche y le prometió darle comida y dinero si hacía lo que él le decía. Al principio, Jauneche estaba asustado y no quería hacer nada malo. Pero Pedro lo convenció de que no había nada de malo en ganar dinero fácilmente.

Así fue como Jauneche comenzó a trabajar para Pedro. Le obligaban a realizar peleas callejeras y a pegar a personas que le caían mal, si algún mozalbete lo insultaba, Jauneche lo perseguía por toda la plaza, pero nunca los alcanzaba, porque no quería hacerles daño, solo los asustaba., pero tal era la insistencia de Pedro que empezó a pegar a la gente, y luego a pelear de forma desaforada. Al principio, Jauneche se resistió, pero luego se dio cuenta de que no tenía otra opción. Si no hacía lo que Pedro le decía, no tendría nada para comer.

A medida que pasaba el tiempo, las peleas se volvieron más violentas y peligrosas. Jauneche estaba asustado todo el tiempo y no sabía qué hacer. Pero Pedro siempre estaba allí para decirle qué no pasaba nada.

Un día, Pedro le ordenó a Jauneche pegarle a un señor mayor que había sido amable con él en el pasado. Jauneche no quería hacerlo, pero Pedro lo amenazó con dejarlo sin comida si no lo hacía.

Jauneche obedeció las órdenes de Pedro y golpeó al señor mayor hasta dejarlo inconsciente. Cuando se dio cuenta de lo que había hecho, sintió un gran remordimiento y lloró durante horas.

Pero ya era demasiado tarde. Acusaron a Jauneche, este se sintió solo, Pedro negó que andaba con Jauneche, este se adentró en el monte, fue aguas arriba del rio Macul hasta llegar a Barro Colorado.

Pasó algún tiempo, la gente se había olvidado del hombre que siendo bueno lo transformaron en malo. Pedro a su vez continuaba con su vida normal, logro amasar alguna fortuna, llegó a ser alguna autoridad, siempre imponiendo su voluntad.

Jauneche apareció en el pueblo luego de algunos años, más gordo, con la mirada extraviada, las facciones duras, había perdido sus dientes anteriores, el cuello grueso, los hombros anchos y fornidos, su espalda demostraba el trabajo que había realizado, se dedicó a estibar sacos de cacao, racimos de verde, café en grano.

La poca memoria que tenía, había borrado los episodios vividos en el pueblo, transitaba normalmente y continuaba pidiendo alimentos para su supervivencia.

Pedro lo encontró alguna vez en la calle, lo llevó con él, le vistió con ropa vieja y lo convirtió en su guardaespaldas.

Fue en la noche de vísperas de aniversario del pueblo, Pedro salió con amigos a las celebraciones, Jauneche estaba tras suyo cuidándole las espaldas.

La noche transcurrió plácidamente. La comitiva de Pedro se divertía a lo grande, Jauneche de pie, junto a su amo. Se fueron de copas, la embriaguez hacia presa del cerebro de Pedro, quiso bailar con una muchacha, ella viéndolo mareado no quiso, se armó la pelea. Los parientes de la chica salieron a su defensa, no querían dañar a Pedro, pero este viéndose perdido saco un gran cuchillo que brillo a la luz de los faroles, los parientes desenfundaron los revólveres, se tardaron minutos creyendo que Pedro retrocedería, pero no, más bien vociferaba tremendos horrores. Jauneche tambaleándose de un lado al otro se puso delante de su amo, mientras los revólveres rugían en estrepitosa detonación. El proyectil alcanzó la máxima velocidad y en lugar de morder la carne de Pedro, ingreso directo al corazón de Jauneche.

Cayo cuan pesado era su cuerpo, quedando en mitad del charco de su propia sangre, mientras que Pedro y sus allegados desaparecieron del lugar.

El cuerpo de Jauneche quedo solo, todos los asistentes a la fiesta desaparecieron, la obscuridad se hizo total y solamente los grillos acompañaron con su lúgubre canto el velorio de Jauneche.

La historia de Jauneche es triste y desgarradora. Nos recuerda la importancia de tratar a todas las personas con respeto y dignidad, independientemente de sus habilidades o discapacidades.

 

Julio H. Ochoa Vicuña

 

El Azote de la Sombra

Había una vez un rincón olvidado en una ciudad de la costa, un barrio marginal donde las sombras se alargaban y los sueños se desvanecían. En ese lugar nació Joaquín, al que en un futuro no lejano lo llamarían “HIGADO”, el primer hijo de una familia pobre. Su madre luchaba por alimentar a sus cinco hijos, mientras su padre los abandonó sin mirar atrás.

Desde temprana edad, Hígado aprendió a sobrevivir en las calles. Robaba pan para sus hermanos, esquivaba a los matones y se escondía en las sombras. Pero la pobreza no era su única enemiga; la ira ardía en su corazón como un fuego inextinguible.

Con el tiempo, Hígado se convirtió en un ratero astuto. Robaba carteras, joyas y cualquier cosa que pudiera vender. Pero eso no era suficiente. Quería más poder, más dinero. Se adentró en el mundo del crimen organizado y se convirtió en un delincuente contumaz.

Su fama creció como una plaga. Los poderosos lo temían; los débiles se sentían protegidos, pues él, a temprana edad ayudaba a los que lo necesitaban. Hígado era el azote de la sociedad corrupta, se declaró enemigo de las principales autoridades de la ciudad y de algún abogado que un día fue su amigo y cómplice, se convirtió en un fantasma que acechaba en las sombras y dejaba tras de sí un rastro de sangre y desesperación.

Pero incluso los más oscuros tienen debilidades. Hígado amaba a su hermana menor, Elena con todo su corazón, a su madre, lloraba en su pecho por el destino que eligió, y protegía a sus hermanos inculcándoles obediencia y respeto. Elena, su hermana, era su única luz en medio de la oscuridad. Cuando Elena enfermó, Hígado hizo un trato con el diablo: protegería a los poderosos a cambio de medicinas para su hermana.

La traición estaba tejida en su destino. Los enemigos que había hecho no eran hombres comunes; eran monstruos disfrazados de humanos. Uno a uno, cayeron ante él, pero siempre había otro esperándolo en las sombras.

La emboscada llegó una noche lluviosa. Hígado estaba solo en su escondite cuando escucho ruidos cercanos, estaba solo, sus compañeros estaban "trabajando" atisbo por la ventana y descubrió a varios sujetos, al menos nueve que se apresaban a atacar con armas sofisticadas, detrás de ellos en dos camionetas estaba el abogado y el político que querían cobrar venganza. No le dieron tiempo unos por la parte trasera, otros por la puerta de adelante ingresaron al escondite, las balas silbaron a su alrededor. Sus enemigos habían tramado su muerte con precisión mortal. Herido y sin escapatoria, Hígado luchó como un animal acorralado.

La sangre manchó el pavimento mientras caía al suelo. Sus ojos encontraron la foto de su hermana Elena que llevaba consigo; ella era su razón para seguir adelante, ya presintió que su fin estaba cerca, la bala asesina había herido de muerte su joven corazón.

La lluvia lavó la sangre de sus manos mientras cerraba los ojos. Su crimen había sido terrible, a sus 17 años tendido cuan largo era, quedo en el pavimento herido de muerte.

La noticia corrió como reguero de pólvora por la ciudad y la región toda. Los que lo temían se alegraron, felicitaron al político y al abogado por terminar con esta plaga. Aquellas personas pobres que recibieron su apoyo lloraron largamente, los miembros de su banda y la gente dedicada a la delincuencia, organizaron el sepelio de Hígado, cientos de motocicletas encabezaron el cortejo, miles de personas acompañaron el féretro, y una Bandera del país cubría la caja mortuoria en su viaje a la eternidad.

 Terminó la historia del azote de la sociedad, un hombre atrapado entre las sombras y la luz, entre el odio y el amor. Su nombre se perdió en el viento, pero su leyenda perdura como una advertencia: incluso los monstruos tienen corazón.

 

Julio H. Ochoa V.



      No estaba muerto…¡estaba de parranda! Agazapados entre la maleza, un grupo de la policía asecha una finca enclavada en la espesu...